Febrero ha venido este año un poco torcido, nos ha regalado unas ventoleras inaguantables y una ciclogénesis explosiva tras otra. Ruth, Stephanie… A todos los males de este planeta se les adjudica con alegría un nombre femenino: el machismo todavía corroe esta sociedad hasta en sus más pequeños detalles. Aun las mujeres ganamos sueldos más bajos, la prostitución sigue siendo el negocio más rentable y el maltrato a la mujer vuelve a esconderse bajo la alfombra como una pelusa impertinente. Además, este pijo-mierda de Gallardón nos quiere llevar de vuelta treinta años atrás. Qué nostalgia de dictadura tienen estos gobernantes sólo interesados en sus negociazos privados. Mi útero es mío y, por cierto, mi Registro Civil también. O lo era. !Qué listos son!, con qué arte y destreza nos las van colando desde la trastienda.
-Tranqui, – dice Bardita levantando un poco la gaita – no te alteres, que aun queda mucho día por delante. Estamos en mi estudio y mientras ahí afuera un tímido sol se esfuerza en trepar tras las nubes, yo afilo los lapiceros y me entretengo en engrasar la maquinaria de los cuentos. Estos días estoy retomando mi pasión cuentista. Mi última novela ya está en Editorial Amarante perfilándose los labios para salir a escena. Yo ya poco puedo hacer por ella. He tenido el oído atento a su historia durante dos años, le he prestado palabras y ritmos a sus dilemas, he pasado noches buscando el adjetivo adecuado y el tono necesario. Ahora tiene que volar sola hacia los lectores mientras yo preparo mi barca para lanzarme a una nueva aventura.
-¿Ahora vamos a ir en barco? – pregunta Bardita, que sigue con atención mis palabras – A ver si nos va a pasar como a esos pobres africanos…-. – No me lo recuerdes, Bardita- Le digo y siento que la tristeza me invade. Hay pocos dramas tan indignantes como ese. Pobre gente maltratada por la vida, que recorre desiertos, hambres y miserias en busca de una vida más decente para terminar ahogados frente a su sueño o mutilados por crueles concertinas. Qué vergüenza tener que escuchar las mentiras del director de la Guardia Civil y al Ministro del Interior hablando de seres humanos como si hablara de mercancía ajena. En cualquier otro país, ya estarían los dos “criando malvas” políticamente hablando. Pero esto es España, señores, y las palabras “dimitir” y “destituir” son desconocidas por el PP, como tantas otras cosas. Vaya panda de borricos y sinvergüenzas nos gobiernan.
Pero de nada sirve darle vueltas. Lo que es, es. No hay nada que hacer hasta que este pueblo llamado España no despierte y empiece por retirarle el voto a los que son corruptos hasta la médula. Bardita, de pronto, se pone en pie y trata de olisquearse el rabo. Inmediatamente me tapo la nariz, me levanto para salir de la habitación y ella me sigue con la cabeza gacha. La pobre ha tenido algo pachucha la tripa y sus gases aun podrían aniquilar a una legión de seres sensibles. – No pasa nada, peluche – le digo cogiendo un libro y huyendo hacia el salón a la espera de que se diluyan las moléculas pestilentes. Ella viene detrás y se tumba en el suelo mientras yo me acomodo en el sillón, abro el libro que traigo entre las manos y me dejo llevar por la magia de las palabras. Al momento, subo a un tren que está a punto de iniciar su viaje y me acomodo en un asiento junto a la ventanilla. El sueño del narrador me guía por paisajes desconocidos y en algún lugar de mi cerebro va madurando la semilla de un nuevo cuento.
Feliz fin de febrero.